Una vez estuve enamorado del mar. De su infinidad, su calma, su tempestad y su belleza. El silencio y la libertad eran sus principales virtudes. Azul y negro, siempre dispuesto a acogerte entre sus fauces y a no dejarte escapar de él. Era un amante apasionado y caprichoso. Quedarme resultaba más difícil que irme, esa sí que era una decisión complicada y en algún momento todos tenemos que elegir. Que valientes son aquellos que deciden quedarse y que afortunados los que se van. Me fui porque no entendía el.

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Hoy me encontré con la muerte. Y no tuve que ir a buscarla. Bastó con salir a la calle. Era como el medio día. En medio de una balacera. De encontrarse a la huesuda. Desde el piso gritaba un jóven. Si me ha de tocar una bala. Que sea pero bien chiquita. Yo no le pedí nada. Porque nada debo a nadie. Y si este es mi último día.

Jueves, 6 de agosto de 2015. Celsius 232 y el baile de Cenicienta. Sí, ya lo sé. Si sigo en este plan, hablaré sola para siempre jamás mientras sorbo mi sopa de elefante. De hecho, si no escribo más en este sitio es porque siempre tengo la sensación de estar lanzando palabras a la nada. Es el círculo vicioso de la pereza bloguera.

How Location Plays a Role in Your Wedding Music.